Escrito por: Andrés F. Ruiz
Numerosos son los relatos, muchos de ellos románticos, sobre inéditas interacciones entre perros y seres humanos. Historias como la de Argos, el perro que esperó por 20 años a Ulises en la Odisea, o la de Hachikō, el akita que por 9 años aguardó por su dueño en una estación de tren en Japón, contribuyen a reafirmar la idea de que el perro es el mejor amigo del hombre. A pesar de inspirarnos y conmovernos, por los valores asociados a la fidelidad e incondicionalidad que allí se ven, estas historias nublan otros relatos donde los perros siguen siendo los protagonistas, pero donde no existe mediación humana alguna. Esta es una de estas historias, a la que me he tomado la licencia de adaptarla a un cuento corto. El relato original fue reproducido en un periódico literario en 1914 y, al parecer, está basado en hechos reales sucedidos a finales del siglo XIX en Francia*.
Un caluroso día de verano en París, un perro callejero deambulaba por las calles empedradas de los Campos Elíseos. Estaba sediento, su boca ya no salivaba y sus jadeos eran cada vez más intensos. Llegando a la esquina de la Plaza de la Concordia, el perro, que ya estaba a punto de desplomarse, vio cómo a unos metros de distancia un caballo bebía en un pilón a bocanadas agua. Temblando por la debilidad que sentía en sus piernas, el perro se acercó a la pileta y con temor por la imponencia del caballo, empezó a beber agua. En silencio bebían y se miraban de reojo. Cuando por fin saciaron su sed, ambos animales se repusieron, emprendieron camino y nunca más se separaron.
Un día, varios años después de su primer encuentro, en la misma pileta donde habían bebido agua en esa tarde de verano, el caballo se desplomó en un solo movimiento. Su respiración se hizo cada vez más lenta, su corazón se fue deteniendo y los ojos, que en silencio miraron a su viejo amigo, se apagaron de súbito. Movido por el profundo dolor, el perro, a quien nadie más tenía en el mundo, corrió en dirección al Sena, saltó hacia el agua y con los ojos vidriosos y una tenue sonrisa en su boca, pereció ahogado. Pronto estaría de nuevo con su amigo.
Como esta existen miles de historias de perros anónimos que se mantienen en el olvido, como también lo están hoy miles de animales en el mundo. Este espacio de libre escritura e imaginación estará dedicado al rescate de historias anónimas de perros que, por distintos azares y circunstancias, hoy son invisibles para la historia. En algo este esfuerzo contribuirá a reconstituir algo de la esencia de estos animales a quienes, por nomenclatura, suerte o arbitrariedad humana, llamamos amigos. Sobre esto último me referiré en una próxima entrada.
*Historia basada en el texto Elogio del Perro de Emile Gebhart en el Nuevo Tiempo Literario de junio de 1914.